|
|
Ruta.- 97. Jaca –Guasillo- Banaguas-Abay-Ascara-Santa Cruz de la Serós-Novés.
La Comarca de la Jacetania es un territorio poblado desde tiempos inmemoriales. Su nombre se relaciona con la existencia de los “iakketanoi” (Jacetanos), un pueblo íbero del que ya hablaba el geógrafo griego Estrabón. Su singular personalidad histórica es el resultado de la influencia de diversos pueblos y culturas que han recorrido sus caminos y han dejado una huella imborrable. Los primeros asentamientos prehistóricos legaron numerosos testimonios como los dólmenes de Oza, Guarrinza, o Villanúa, que se insertan dentro de la cultura megalítica de la zona atlántica europea, a la que perteneció el Pirineo. Los romanos se establecieron y construyeron las calzadas que luego serían utilizadas por el Imperio Carolingio para entrar en el Valle de Echo y fundar el Monasterio de San Pedro de Sirena en el Siglo IX. La pertenencia de estas tierras a la Marca Hispánica abre un periodo de conflictos políticos y religiosos que desemboca en la formación del Condado de Aragón, germen del futuro Reino. En esta época el Monasterio de San Juan de la Peña se convierte en el gran centro de poder político, cultural y religiosos Aragonés. Cuando en 1035 el rey pamplonés Sancho Garcés III, se entrega en herencia el Condado de Aragón a su hijo Ramiro I con el título de Rey. Se inaugura así la Casa Real aragonesa que gobierna un territorio cuyos límites coincidían básicamente con lo que hoy conocemos como Jacetania. En 1077 su hijo Sancho Ramírez hizo de Jaca la capital del nuevo reino y le otorgó unos privilegios económicos y sociales que provocaron su formidable expansión.
La trascendencia de Jaca se debe también a su ubicación en un importante cruce de caminos que favoreció el intercambio y el comercio. La ruta comercial de norte a sur que cruza el Somport y que enlaza en Jaca con otra importante ruta de Este a Oeste, que comienza a ser utilizada como vía de peregrinación hacia Compostela a través de la Comarca, y adquiere gran importancia en el ámbito cristiano europeo con la fundación del Monasterio de Santa Cristina de Somport, la consolidación de Canfranc como punto estratégico para el cobro de impuestos y la existencia de la propia ciudad de Jaca. La expansión hacia el Sur del Reino de Aragón desplaza el centro de poder político ya en el siglo XII. Vendrán tiempos de concentración de la población y desaparición de aldeas y pardinas, mientras que villas como Echo, Ansó o Berdún adquieren cierta importancia como centros estratégicos o comerciales. En el siglo XVI el miedo a las ideas reformistas lleva a Felipe II a blindar el Pirineo con la construcción de numerosas fortalezas por toda la cordillera entre las que sobresale la Ciudadela de Jaca. El férreo control de las fronteras no impide que los habitantes de ambas vertientes firmen acuerdos tratados y pacerías que en muchos casos siguen vigentes hoy en día. Jaca mantiene su importancia estratégica como9 plaza militar y cabeza de partido judicial durante los siglos XVIII y XIX. En los núcleos rurales la casa se consolida como la célula familiar sobre la que se asienta la organización social de sus habitantes. La ganadería, la agricultura y el contrabando hasta principios del siglo XX, son los principales medios de vida.
En el siglo XX es el siglo de las grandes obras. Nunca antes el Pirineo había experimentado cambios tan profundos en su estructura social y en su fisonomía. La estación de ferrocarril de Canfranc es el ejemplo más claro de ese vigoroso desarrollo. Se construye el Pantano de Yesa y otras grandes obras que buscan el progreso pero que a su vez fuerzan la transformación de la economía tradicional de montaña y provocan un importante proceso de despoblación. Hoy el turismo se ha convertido en el principal potencial de la comarca con sus impresionantes recursos naturales.
El 14 de mayo de 2006 Salgo de Jaca. No sin antes visitar esta hermosa ciudad.
Primero visito su ciudadela, su construcción obedece a la estrategia defensiva adoptada por Felipe II tras la invasión del Valle de Tena por tropas procedentes del Sur de Francia, en enero de 1592. Proyectada por el ingeniero militar de origen Italiano Tiburcio Spanocchi, se concibe como el nudo de una tupida red de defensas pirenaicas en la que se integraban las torres de Ansó, Hecho, La Espelunga (canfranc) y Santa Elena (Bisecas, Valle de Tena), más los castilletes de Berdún y Canfranc. Ubicado en el llamado “campo de San Pedro” (de ahí su denominación primitiva de “Castillo de San Pedro”) entre la ciudad medieval y la cantera sobre el río Aragón, su construcción, obligó a demoler el arrabal comercial del Burneo, que fue rechazada inicialmente por la ciudad, al considerarla una amenaza para sus fueros y privilegios.
Se iniciaron las obras en 1592, a buen ritmo y tras la marcha de Spanocchi, quedó a cargo de la dirección de obras el Maestro Angelo Bagut. En 1593 estaban ultimadas las obras exteriores ( a falta de revestimiento con piedra sillar) y avanzada la construcción de los cinco cuarteles del interior, proyectados para albergar trescientos hombres. En 1613 (reinado de Felipe III) se terminó la portada de acceso, pero la excavación completa de fosos y de otras obras complementarias todavía se intentaba completar en 1669. La Ciudadela de Jaca es prototipo perfecto de la arquitectura militar derivada de la necesidad de responder eficazmente a los ataques de un ejército provisto de artillería de sitio, fruto de los avances procedentes del sur y centroeuropa durante el Renacimiento.
Su planta dibuja un pentágono regular reforzados sus ángulos mediante cinco baluartes artillados (nombrados de Santa Orosia, San Francisco, San Felipe, Santiago y San Jorge). Las defensas avanzadas disponen del correspondiente foso perimetral, caminos cubiertos, plazas de armas y glacis exterior. En torno al patio central se alinean los edificios destinados a albergar la guarnición, oficinas, almacenes y pertrechos, organizados en cinco manzanas paralelas a las cortinas o murallas. Constan de subterráneo, piso bajo para la tropa, piso alto para oficiales y buhardilla, todos ellos recorridos para una vistosa galería de ladrillo. Destaca con su espadaña la capilla castrense de San Pedro, edificio barroco con portada de piedra construido en la segunda mitad del siglo XVII. El tiempo demostró que la decisión de Felipe II de construir la Ciudadela fue acertada, por cuanto no se repitió el intento de invasión de 1592. Hay que esperar a los tiempos de la Guerra de Sucesión, a comienzos del Siglo XVIII, apara atisbar un cierto protagonismo de la fortaleza, con ocasión de las incursiones de partidas antiborbónicas en Jaca y su comarca. Pero será en la Guerra de la Independencia cuando la Ciudadela sea testigo de acciones bélicas. Fue rendida y entregada, sin lucha, al ejército francés en 1809, que la ocupó durante los 5 años de invasión. Las fuerzas españolas del 5º y 7º Regimiento de Infantería al mando del Teniente Coronel Marcelino Oraa, pertenecientes a la 8ª División de Francisco Espoz y Mina, recuperaron la ciudad de Jaca, ala asalto, la noche del 4 al 5 de Diciembre de 1813. Tras dos meses de asedio sobre la Ciudadela, el 17 de febrero de 1814 las tropas francesas capitularon con honores tras una fuerte resistencia.
Desde aquí me dirijo a la
Catedral de Jaca. Su construcción se inició a mediados del Siglo XI, al
nombrarse obispo de Jaca Sancho II, para estar prácticamente concluida a
finales del mismo Siglo. Se hace notar la intervención en su decoración
mediante sus esculturas del por esta obra conocido como el "Maestro de Jaca",
que resultó muy influyente por su característico clasicismo dentro del arte
Románico, dando lugar al estilo decorativo conocido como Románico jaqués.
También son notables las aportaciones del "Maestro Esteban" y del "Maestro del
sepulcro de Doña Sancha", así como del "Maestro Mateo". Diversas reformas se
han efectuado, siendo la más notable la acaecida en el Siglo XVIII, que
posteriormente se detallará. Extraordinariamente interesante resulta el museo
diocesano, al que se accede desde el interior de la nave y ocupa lo que fué el
antiguo claustro catedralicio y estancias aledañas. En él podemos ver las
pinturas murales que han sido trasladadas desde diversas iglesias, siendo las
más interesantes entre las del periodo Románico, las de Bagüés, Ruesta, Susín,
Navasa y Sorripas, sin desestimar otras, como las de Osia, Ordovés, Orús,
Concilio, Ceresola, etc.
Su nave es de planta basilical, se compone de tres naves, la principal de
mayor altura, delimitadas por columnas y pilastras con cabecera de tres
ábsides, siendo mayor el central, y con un transepto que no sobrepasa la
anchura de las naves laterales. La entrada principal está al pie de la nave
central, tras un largo nartex sobre el que descansa una maciza torre
campanario, habiendo otra portada más modesta bajo un atrio en el lateral
meridional. El cubrimiento se efectúa mediante bóvedas de horno en los
ábsides, de cañón en el presbiterio, transepto y nartex, semiesférica la de la
cúpula y de tracería en la nave. La interesante cúpula, que arranca de los dos
pares de arcos que se abren a la nave central y al transepto, se resuelve por
medio de cuatro trompas de forma cónica, y del centro de cada lado del
octógono así formado, parten cuatro arcos de medio punto apoyados en ménsulas,
que soportan la semiesfera, siendo la más antigua del Románico en España. Se
ilumina el interior mediante numerosas ventanas abiertas tanto en la nave
central como en las laterales, además de los ventanales de los ábsides, aunque
reformas posteriores han hecho que se cegaran unas cuantas, lo que da lugar a
bastante oscuridad en el interior. Con todo, lo más destacable del interior
son los casi treinta capiteles de gran variedad temática y difícil resolución
de su simbolismo en muchos casos, incluyendo gran variedad de animales, como
leones o pájaros, personajes en diversas actitudes o motivos vegetales o
geométricos, estando en muchos casos varios de estos elementos en mezcolanza,
resultando grupos de una gran fuerza cinemática.
De sus ábsides es el meridional el que merece una mayor atención, al mantener
casi completa su decoración original, que pasamos a describir. Su semicírculo
ha perdido parte de su desarrollo al serle recortado por el aumento de tamaño
del ábside central, pero mantiene su ventanal de arco de medio punto enmarcado
en un cordón semicircular ajedrezado y un bocel igualmente semicircular
apoyado en una pareja de columnas con capiteles decorados. Igualmente
sobrevive una de las columnas que adosada al muro, llega hasta la cornisa, que
se apoya en su capitel. Adornan el muro dos cordones abilletados que corren a
la altura de los ábacos de los capiteles y de la base del ventanal. La
cornisa, con decoración abilletada, se apoya en canecillos ornados con
diversas figuras, y entre ellos, tanto vertical como horizontalmente, vemos
metopas y cobijas con tallas de animales, motivos geométricos, personajes,
etc. en una variada iconografía de gran originalidad. En lo que respecta al
ábside central, aunque mantiene algún elemento original, fué adelantado y
ensanchado para albergar el coro, quedando muy alterado, y el septentrional
apenas es visible, al desaparecer ocultado por construcciones añadidas. En el
interior del nartex, a medio recorrido, se halla la portada principal,
enmarcada por un cordón semicircular ajedrezado, y formada por una serie de
arquivoltas, alternándose de sección lisa y toradas, descansando estas últimas
en columnas con capiteles que muestran la característica iconografía del
"Maestro de Jaca" de la lucha del bién y el mal. Mas lo que sobresale por su
originalidad, es el tímpano, igualmente obra del "Maestro de Jaca", dominado
por un gran crismón finamente tallado, que entre sus ocho radios de aspecto
vegetal, hay grabadas el mismo número de margaritas, pensándose que
originariamente era policromado. A sus costados se observan dos leones; en uno
de ellos hay debajo un personaje agarrando una serpiente y en el otro,
igualmente debajo, un animal polimórfico y un basilisco. Tanto sobre los
leones como bajo el crismón hay inscritas frases en latín alusivas al
simbolismo de lo descrito. En la fachada meridional, bajo un atrio de hechura
posterior a la original de la edificación y sostenido por cuatro columnas con
capiteles de variada temática, vemos como las arquivoltas de esta portada se
apoyan en unas columnas que culminan en capiteles del más variado origen,
suponiéndose que puedan proceder del claustro o de las reformas de los
ábsides. Del tímpano, compuesto por un león y un toro alados, hay razones para
suponer que se compuso a base de retazos de otros relieves. De entre los
capiteles, sobresalen dos de ellos labrados por el "Maestro de Jaca", que
representan a Balaam sobre su burra detenido por un ángel y el sacrificio de
Isaac en el momento en que un ángel detiene la mano ejecutora de su padre. En
otros notables capiteles se representa al Rey David rodeado de músicos, al
Papa Sixto, a hombres y pájaros entrelazados, motivos vegetales, y otros. Doy
un pequeño paseo por sus alrededores de la catedral y decido partir sin
tardanza hacia Guasillo.
Guasillo a 868 metros de altitud, sobre una elevación natural en la falda meridional del amonte Asieso, entre campos de cereal, almendros, huertas y pastos para el ganado vacuno y lanar, se encuentra Guasillo. Este formó parte del municipio de Banaguas hasta que éste se incorporó al de Abay en 1862. En 1963 pasó al ayuntamiento de Jaca. En 1495 el fogaje (censo) mandado realizar por Fernando el Católico en todo el Reino de Aragón le otorgaba 3 fuegos. Según el censo de 1857 tenía 60 habitantes. Fue reduciendo su población hasta finales del siglo XX, momento en el que registra un incremento. En 2003 tenia 67 habitantes. Las primeras noticias sobre Guasillo (“ Guasilgu”, Gassillo”) se remontan al siglo X. Aparece mencionado en el largo pleito que mantuvo Fortuño Sasave (993-947), obispo de Aragón por recuperar los derechos sobre unas tierras en Guasillo heredadas de su familia, que procedía de allí. En 1034 el rector de su iglesia, Oriol, donó al monasterio de San Juan de la Peña sus propiedades en Guasillo, entre ellas la “casa” de San Adrián (la iglesia) con sus edificios, huerto y molino en el río Aragón. Esta vinculación con el cenobio pinatense, patente por la presencia de su emblema (Agnus Dei coronado) en la iglesia, se mantuvo hasta el siglo XIX. La Iglesia parroquial de San Adrián fue edificada en el siglo XVIII sobre otra de origen románico. En la torre campanario aledaña “un ventanal geminado con arquitos ultrasemicirculares y marco rectangular rehundido, a modo de alfiz, revela la influencia del grupo de iglesias del Gállego. Como éstas, podría datarse en torno al 1030, aunque se ha debatido su posible origen mozárabe,o que adelantaría su cronología al siglo X. Pudo haber sido incluso una torre fortificada exenta, con aspilleras y entrada en alto en su muro norte, visibles desde el cementerio contiguo. La iglesia barroca es de nave rectangular y cabecera recta, dispone de bóveda de cañón con lunetos y elíptica respectivamente. El retablo mayor, con imágenes de San Adrián, San Bartolomé y Santa Orosia, es obra de la primera mitad del siglo XVIII, del escultor de origen francés Juan de Puey. Se conserva además un fragmento de una tabla gótica del siglo XV. Al norte de la localidad se encuentran las ruinas de la ermita de San Bartolomé, que desde 1258 perteneció también al monasterio Pinatense. El casco urbano se extiende en pendiente por detrás de la iglesia. En el tránsito entre el siglo XVI y XVII, la población fortificó su flanco occidental con unos potentes edificios de piedra. Son las casas Casbas, Frailón y Chuanpuey, de cuatro plantas y aspecto muy cerrado, con aspilleras y ventanucos, separadas por estrechos callizos. Las dos entradas a la población se abrieron en forma de pasadizo en Casa Casbas y Casa Canónigo. Otras muestras interesantes de arquitectura doméstica popular son las casas Fenero, Champérez, Palacín, y Tejedor, así como el antiguo horno de pan. Es la única localidad de la margen derecha del Río Aragón que participa en las romerías de Yebra de Basa y Jaca en honor de Santa Orosia. En ambas porta farol y ocupa un lugar de privilegio por ser natural de Guasillo el pastor que halló los restos de la santa. Desde aquí me dirijo a Banaguas, localidad situada a 816 metros de altitud, en plena llanura del Campo de Jaca, rodeada de pequeñas mesetas (“coronas”) y campos de cereal.
Banaguás tenía categoría de “Villa” en 1094. Formó municipio independiente, incorporó Asieso y Guasillo, y en 1862 quedó integrado en el de Abay. Fue cabeza del surgido en 1944 por la fusión de los municipios de Abay, Araguás del Solano y Canias y que en 1960 comprendía además Ascará, Fraginal, Guasillo y Novés. En 1963 todos pasaron al de Jaca. El Fogaje (censo) de 1495 que ordenó Fernando el Católico otorgaba a Banaguas 7 fuegos. Su población fue creciendo desde mediados del siglo XVIII, llegó a tener 129 habitantes en 1857 y mantuvo más de un centenar hasta 1950 en que comenzó a descender. En 2003 contaba con 38 habitantes.
En el siglo XI Banaguas era del dominio del Re3y de Aragón, como testimonia varias donaciones de propiedades hechas por Sancho Ramírez. Una donación anterior, la de su iglesia a la catedral de Jaca por Ramiro I en 1063 es falsa, ya que el documento que lo acreditaba fue una falsificación que tenía por objeto legitimar los derechos del obispado de Jaca. A partir del año 1094, con la cesión de la villa por Pedro I, la historia de Banaguás se liga a la del monasterio de San Juan de la Peña y así permaneció, como lugar de señorío abadengo, hasta el siglo XIX. Al final de la Guerra de la Independencia, en Diciembre de 1813, Banaguás sirvió de cuartel general a Antonio Oro para preparar el asalto a la ciudadela de Jaca, en la que se había acantonado el ejército francés, y que se saldó con éxito. La iglesia parroquial de San Juan Bautista es fruto de una reforma efectuada en 1760 que supuso el derribo de la primitiva iglesia románica a excepción de su ábside. Éste presenta un tratamiento mural que fusiona las formas del “románico lombardo” (arcos y lesenas), ejecutado por canteros locales y los motivos decorativos del grupo de iglesias del Gállego (friso superior de rollos o baquetones). En la nave, de planta rectangular y bóveda de cañón con lunetos, se disponen varios retablos barrocos, de los que destaca el retablo mayor. Conserva también una imagen románica de Virgen con el Niño (siglo XII) y una pila bautismal de piedra (en armario de madera policromada de gusto popular) . La portada de piedra dieciochesca quedó en el siglo XIX guarecida por un atrio al que conduce un tramo en recodo que separa la iglesia de la antigua casa abadía. La torre data de 1889.
Su conjunto urbano tiene rincones de especial belleza como la plaza de San Juan Bautista, con la iglesia y la casa abadía como centro de atención. Banaguás conserva esplendidos ejemplos de arquitectura doméstica popular, construida en piedra, con puertas de grandes dóvelas, ventanas con dinteles decorados, tejados de losas y chimeneas troncónicas. De calidad muy notable es la casa abadía del siglo XVIII, con gran chimenea, pero con la fachada remozada con elementos ajenos (el ventanal gótico germinado procede de Casa Buesa, en Botaya). Sobre el acceso actual luce la placa con el emblema de San Juan de la Peña, el Agnus Dei coronado, como símbolo de su dominio sobre Banaguás. Algunas de las casas son: Mayayo, Francho, Raboso, Carpintero, Chinchorro, Mancha, Larraz, o Capón.
Llego a Abay situado a 775 metros de altitud en el centro de la “corona” de Abay, en una amplia explanada entre los ríos Aragón y Lubierre sembrada de campos de cereal.
Pertenece a Jaca desde 1963, aunque desde 1834 Abay fue municipio independiente que incorporó Ascara (1845), Banaguás u Guasillo (1862), y Araguás del Solano y Caniás (1944). En 1945, el fogaje (censo) del reino de Aragón, daba a Abay 13 fuegos. Su población creció desde finales del siglo XVIII, alcanzó 173 habitantes (1857) y se fue reduciendo hasta llegar a 24 en 1991. En 2003 tenía 53. la existencia de Abay esta atestiguada desde el año 1030. Se conocen nombres de “seniores” (Atón, Blasco Jiménez, García Blasco) que durante el siglo XI, detentaron en tenencia el lugar, propiedad del rey de Aragón. El Conde Sancho Galíndez, señor de Atarés, tuvo propiedades en Abay, que donó a Santa María de Iguácel y al monasterio de San Juan de la Peña en sus testamentos de 1063 y 1080. La iglesia de Abay no fue donada por Ramiro I a la catedral de Jaca en 1063 ya que el documento era una falsificación con el fin de legitimar los derechos del Obispo de Jaca. A finales del siglo XII Abay dependía del Obispado de Huesca-Jaca. En 1830 el lugar consta todavía como señorío eclesiástico. La Iglesia parroquial de San Andrés es un sobrio edificio de piedra que fue restaurado y recuperado para el culto en 1990. Del primitivo templo románico, de planta poco habitual (una nave con estancia adosada al sur), se conservan los dos ábsides y el arranque de la torre (su acceso es visible en el interior) La iglesia fue ampliada a tres naves en 1575. Entonces se labró la nueva portada clasicista y se recreció la torre (dejando oculto el ábside lateral románico). En el siglo XVIII se abovedaron las naves. La iglesia alberga un pequeño “museo” de arte sacro en el que se exponen la teca (relicario de consagración) cruz procesional (la más antigua de Aragón) y crismón de la iglesia románica, además de una talla de la virgen con el Niño (siglo XVIII) que puede proceder de la pardina de Armadillo y varias pinturas murales góticas de Huértalo. Por detrás del ábside de la iglesia cojo el camino que me lleva hasta Abay por un camino señalizado con la flecha amarilla, me encuentro con el Río Lubierre y no hay puente por lo que me tengo que descalzar y echarme la bici al hombro, el agua está fría pero no hay otro remedio si quiero llegar hasta Ascara, al que no tardo de divisar en una colina de 732 metros de altitud, con amplias vistas del Monte Cuculo y la Sierra de San Juan de la Peña. Situada entre las desembocaduras de los Ríos Estarrún y Lubierre, formó parte del municipio de Abay desde 1844 pese a ser la localidad más poblada del término y se incorporó al de Jaca en 1963. El fogaje que ordenó en 1495 Fernando el Católico le otorgaba 20 fuegos. En 1857 superaba los 200 habitantes y mantuvo una población de 175 habitantes hasta el año 1950 en que decreció su población. En el 2003 contaba con 46 habitantes. Las primeras noticias de Ascara son muy escasas. La referencia más antigua data del año 1027 y hace alusión a su soto como linde de los términos de la casa de San Torcuato, donada por el rey navarro Sancho el Mayor al monasterio de San Juan de la Peña. Ascara perteneció al monasterio de Santa Cruz de la Serós, pues en 1776 aparece como lugar de dominio monástico de las benedictinas de Jaca. La fecha de su incorporación tuvo que ser posterior al año 1104, fecha en la que el lugar fue agregado al monasterio de San Adrián de Sasave por el obispo Esteban de Jaca.
Su iglesia esta dedicada a los santos reyes, advocación poco habitual. Constituye un mirador excepcional del que disfruto un buen rato mientras me como parte de las viandas y me refresco de su fuente cercana a la iglesia, construida en el siglo XVI, todavía dentro de la tradición gótica y reformada en época barroca, es de planta rectangular, con torre campanario adosada a su cabecera. En la torre llaman la atención la pequeña ventanita, con el dintel labrado en forma de arco conopial gótico y las campanas de bronce. El acceso al templo se realiza a través de un porche con bello pavimento de cantos rodados dispuestos en círculos concéntricos. En el interior al que no pude acceder se encuentran algunos retablos de los siglos XVI y XVII. de los que destaca el retablo mayor con la adoración de los reyes. Ascara es un caserío compacto cuyo eje principal, la calle mayor, se quiebra en ángulo recto para ascender suavemente por la ladera hasta la iglesia. Son típicos los pasadizos abiertos en la parte baja de las casas, con forjados de madera que soportan la zona de habitación superior. Se conservan algunas magníficas casonas de piedra con pajar anexo, como Casa Curamuerto (calle mayor) ,típico ejemplo de vivienda infanzona de los siglos XVI-XVII .Una vivienda fortificada puede identificarse en Casa Lerrero. En Ascara ha perdurado el uso antiguo de enfoscar y encalar muros de las casas dejando sólo la piedra vista en puertas, ventanas y esquinazos. El Horno comunal, de 1927, se ha rehabilitado y está en uso.
Desde aquí por una acogedora carretera cruzando el Río Aragón, me deposita en la Carretera Nacional en dirección a Pamplona. Esta carece de arcén y con muchas curvas con rasantes. Menos mal que hasta el desvió a Santa Cruz de la Serós son pocos kilómetros, por fin llego al desvío y comienza una subidica suave pero constante hasta Santa Cruz de la Serós. Situado a la orilla izquierda del Río Aragón entre éste y la sierra de San Juan de la Peña. El asentamiento donde se ubica, Santa Cruz de la Serós, es un poblamiento cercano a San Juan de la Peña, y por tanto inmerso en los bosques y bajo los cortes rojizos de los montes vecinos, abriéndose por el otro extremo al valle jacetano. Su municipio engloba también el lugar de Binacua, la pardina de Lacuey y la antigua venta de Esculabolsas. Entrando en la población a la derecha veo una maravilla llamada San Caprasio de Santa Cruz de la Serós.
Esta diminuta iglesia, enclavada dentro del casco urbano de Santa Cruz de la Serós, es un gran modelo de como los artífices románicos levantaban sus edificios para cubrir las necesidades de las pequeñas aldeas con obras que cumplían su función y además iban dotadas de una espiritualidad y un estilo propio que difícilmente se verán en los estilos arquitectónicos sucesivos. Así pues, entrando en esta iglesia, no puedo visitarla porque su puerta esta cerrada pero me conformo con admirar su exterior que muestra toda una batería de elementos decorativos importados de otras regiones, siendo el punto más a Occidente que recoge las influencias lombardas propias del románico catalán.
Está compuesta de una planta
con dos tramos y ábside, alzándose sobre el segundo de ellos, junto al
presbiterio, una torre campanario que se erigió con posterioridad. Los muros
se levantan con sillarejo escuadrado a soga, cubriéndose la nave con dos
bóvedas de arista y el ábside con bóveda de horno. Hay un arco fajón central y
un corto presbiterio. El ábside deja penetrar la luz a través de tres
ventanales abocinados.
Lo más característico se da en el exterior por su decoración de origen
lombardo con dobles arquillos que apean sobre lesenas. En los muros laterales
se trata de catorce arcos aparejados en siete grupos, en dos de los cuales se
insertan unos pequeños ventanales para iluminar el interior y romper la
continuidad del muro. La puerta, en el hastial occidental, graciosamente
descuadrada y escorada a un lado, sustituye a uno de los cuatro grupos de
arquillos lombardos que cubrirían el muro, dejando dos grupos a la izquierda y
uno a la derecha. En cuanto al ábside tiene diez arcos lombardos, también con
lesenas y ménsulas, dentro de tres de los cuales se inscriben las ventanas
citadas anteriormente. La sensación de todo el conjunto decorativo es rústica,
a la vez que ingenua y graciosa, destacándose por el hecho de estar inscrita
en una iglesia tan diminuta. El conjunto se remata con la torre campanario
erigida en el siglo XII, que es de planta cuadrada y no muy elevada, y que
presenta cuatro ventanas de arcos geminados sobre cada una de sus caras,
respondiendo bastante bién por sus dimensiones al tamaño del resto de la
iglesia.
Esta iglesia fué, hasta el abandono en el siglo XVI de las monjas de la iglesia de Santa María, la parroquial de la población, y aún posiblemente centro de un pequeño monasterio masculino datado en la fecha de su construcción alrededor del año 1025, en tiempos de Sancho el Mayor, que se trasladó a San Juan de la Peña. Posteriormente, en el siglo XII, se levantó sobre el presbiterio la pequeña torre de la iglesia. Una acertada restauración, cercana en el tiempo, la ha liberado de añadidos, dejándola en su sencillez original. Desde aquí me dirijo hacia la Iglesia de Santa María, no sin antes horrorizarme con la cantidad de chalés adosados con sus grúas que predicen el destrozo y el pillaje que está sufriendo el Pirineo Aragonés por parte de las constructoras, y la complicidad de sus ayuntamientos, si por mí fuera les quitaba inmediatamente a los ayuntamientos las competencias urbanísticas, esto si nadie lo remedia terminará como en Marbella.
El apellido “de la Serós” proviene de su vinculación secular con las religiosas (serores en aragonés) que hasta finales del siglo XVI habitaron en el monasterio de Santa María, principal monumento de la localidad. Su historia local desde el siglo XI al XIX gira en torno a los poderosos monasterios de Santa María y del cercano San Juan de la Peña. Ambos son hoy en día dos de los máximos atractivos turísticos de esta comarca, aunque el de San Juan, pese a su cercanía se sitúa fuera del término municipal. El Monasterio de Santa María fue fundado por Ramiro I de Aragón hacia el año 1060 y destinado originalmente como cenobio femenino reservado a las propias hijas del rey y de la alta nobleza aragonesa. De hecho el rey Ramiro I encomendó a su hija Doña Urraca a esta comunidad de benedictinas, por lo que la dotó debidamente. Después ingresaron otras dos de sus hijas; Doña Sancha, con el título de abadesa, cuyo magnífico sarcófago historiado permaneció aquí hasta su y traslado al convento de las Benitas de Jaca en 1622 y Doña Teresa, lo que llevó al cenobio a conocer su máximo esplendor, y por tanto, poder económico y territorial, siendo punto de encuentro para hijas de la nobleza aragonesa. Su declive se produjo
en el Siglo XVI, con el traslado de la comunidad a Jaca, lo que llevó a la ruina al monasterio, salvándose únicamente la iglesia, que tuvo que ser restaurada, para quedar como iglesia parroquial de la población.
La monumental iglesia de Santa María, joya del románico aragonés del siglo XII, ha pervivido prácticamente intacta, mientras que las diversas dependencias del monasterio fueron desapareciendo con el paso del tiempo. Un inusual juego de volúmenes determina la personalidad del edificio. Está construido con sillares de piedra y es nave única con ábside semicircular orientado, aunque dos capillas laterales con absidiolos simulan una falsa planta de cruz latina. La torre además de campanario, era la residencia palaciega de las princesas. De ahí su prestancia y las numerosas ventanas geminadas de arcos de medio punto, una de ellas con parteluz helicoidal. Una cámara levantada sobre el primer tramo de la nave y adosada a la torre aumenta la singularidad de esta iglesia. En el interior, encontramos bóvedas de medio cañon para la nave y de cuarto de esfera para el ábside. Sin embargo, las capillas laterales reciben una cubierta de bóvedas de crucería, es decir, a partir de dos arcos que se cruzan en el centro. Esto resulta muy innovador y podría indicar una cronología algo posterior. Un sistema similar se usa para la cámara superior, con una cúpula sostenida por cuatro nervios. La estancia es cuadrada al exterior, pero tiene los ángulos convertidos en exedras por el interior. Su acceso más natural es a través de la torre, donde vivían las hijas del rey. Por ello es probable que fuese la Sala Capitular, algo que no excluye otras funciones como la de guardar los objetos más preciados de la comunidad. En el Camino de Santiago es un clásico encontrarnos en sus iglesias el taqueteado denominado ajedrezado Jaqués. El exterior de esta iglesia recibe un tratamiento particular al ser la zona más sagrada del templo. Columnas adosadas dividen su muro en tres partes alusivas a la Santísima Trinidad, cada una con su vano doble derrame, y se destaca la ventana central, enmarcada por un par de columnitas y una ventana arquivolta, sobre la que vuela otra moldura semicircular. Pero el lugar donde se desarrollan los grandes programas iconográficos es en la portada. Aquí se suma la plasticidad de los elementos arquitectónicos (arquivoltas, molduras y columnas adosadas) con el trabajo escultórico. Todo ello arropa el tímpano semicircular que acoge la representación principal el crismón. El crismón es el monograma de Cristo que , a su vez, reúne un complejo mensaje trinitario y apocalíptico. Está formado por la superposición de las dos primeras letras del nombre de Cristo en Griego, la X (ji) y la P (rho). A estas hay que añadir la I (iota), diferenciada de la P gracias al travesaño horizontal, y la S latina para obtener XPIS (Xristi). Tenemos, además, una A (alfa) y una w (omega), para evocar al carácter eterno, de principio y fin, que define a Cristo. La P también alude al Padre, la A al Hijo y la X al Espíritu Santo, las tres personas de un único Dios, y las mismas letras forman la palabra PAX. El crismón también es la cruz y el signo de dios vivo, que surgirá por oriente, como el Sol portado por un ángel el día del Juicio Final. Lo flanquean dos leones. Estos animales protectores están identificadas con Cristo e impiden el acceso a toda persona impura, pues la puerta actúa de límite entre el mundo profano y el recinto sagrado. Esta dimensión simbólica se hace explícita con las inscripciones incorporadas al conjunto que, traducidas, dicen. “Soy la puerta eterna, pasad por mí, fieles./ Yo soy la fuente de la vida, deseadme más que a los vinos/ quienquiera que entre en este feliz templo de la Virgen/ Corrígete primero para que puedas invocar a Cristo”
Es famosa la arquitectura tradicional de la localidad con sus viviendas de piedra, que disfruto paseando por su casco urbano, y que están rematadas con el típico tejado de losas de piedra y las espectaculares chimeneas troncocónicas. Estamos en uno de los pueblos de mayor riqueza arquitectónica de la comarca.
Termino con las viandas y regreso a la nacional, teniendo la suerte de ser la hora de comer y no hay tráfico, vuelvo a cruzar el puente sobre el Río Aragón que me lleva de nuevo hasta Ascara, donde debido al calor repongo líquidos al cuerpo. Por intuición cojo lo que creo que es una carretera, craso error, enseguida desaparece el asfalto y bajo las ruedas aparece una pista con bastantes baches que me lleva al norte siguiendo el cauce del Río Estarrún en y que desemboca en la carretera que va a Jasa, a un kilómetro escaso de las Tiesas Bajas, al cual no voy dejándolo para otro día. Por una buena carretera y después de una pequeño puertecillo, llego a Noves, situado en la margen derecha del Río Lubierre, en plena llanura del Campo de Jaca, con la Sierra de Novés, abundante en manantiales, al suroeste. Desde sus 826 metros de altitud se domina una amplia panorámica de los campos de cereal, que por esta época están de un maravilloso color verde, principal riqueza económica de la población junto con la ganadería ovina, con la peña Oroel y la Sierra de San Juan de la Peña al fondo. Formó parte del municipio de Caniás hasta 1944 en el que se incorpora a Abay. En 1963 pasa a depender de Jaca. En 1495 el fogaje le daba 8 fuegos. En 1857 tenía 83 habitantes. En los años 1887 y 1950 había 76 personas censadas. En 2003 contaba con 38. La mitad de noves llegó a ser parte de las posesiones del Castillo de Atarés, que en 1188 Alfonso II de Aragón dio al monasterio de Santa Cruz de la Serós a cambio de Aísa y Villanúa. En el año 1023 Pedro II de Aragón dio en tenencia a Pedro Aznárez el castillo de Suersa y las villas de Suersa, Sinués, y Novés, entre otras. Fue dominio de los Cornel desde 1276 a 1279, en que el rey Pedro III lo recupera a cambio de la villa y castillo de Almonacid de la Sierra y volvió a serlo en 1284, cuando estos obtienen la posesión de los lugares cedidos y devuelven Almonacid al rey. En 1293 Pedro Cornel entregó Novés a Jaime II. En 1397, martín I lo incorpora al concejo de Jaca, ciudad realenga, para costear la reparación de sus muros y puertas, situación que confirman los reyes en 1446 y 1553.
Su iglesia de san Pedro Apóstol es una fábrica en piedra de planta sencilla consistente en una nave rectangular de muro testero recto. Fue construida en el siglo XVII, posiblemente sobre otra anterior. En la torre, adosada a la cabecera, hay un hueco en alto, excesivamente estrecho y con escaleras que ya no comunican con el interior. El acceso a la iglesia se abre en el muro de los pies, sobreelevado respecto del nivel de la calle y protegido por una pequeña lonjeta con tejadillo de losas. Encima, una ventana enmarcada en piedra. Entre las piezas de arte mueble destacables esta su retablo mayor barroco, una imagen de la Virgen con el niño del siglo XVII. En el exterior se han reutilizado una pila cilíndrica lisa que, junto a una fuente y la torre compone un rincón evocador y maravilloso. Paseando por sus calles disfruto de su arquitectura, con un casco urbano muy cuidado, que está agrupado sobre un llano, en unas pocas calles que se extienden hacia el sureste, concretamente hasta el escarpe donde se ubica la iglesia y los restos de la antigua fortificación integrada en Casa Zagal. Se ha conservado muy bién su arquitectura popular, cuyos usos tradicionales han respetado la nueva edificación. En los juros predomina la piedra y abundan los tejados de losas y las chimeneas troncocónicas. Quedan varios arcos de piedra en calles y callejones, como el de Casa Saluzo. Se conserva también el viejo horno, las antiguas cárceles y las escuelas. Se ha recuperado la herrería, por artesanos locales.
Desde aquí me dirijo a Jaca entrando por el puente medieval de San Miguel. Debe su nombre a la ermita ya desaparecida, que se levantó en el altonazo que domina la orilla derecha del Río Argón, sobre la actual carretera. No se conoce la fecha de sus construcción aunque se suele aceptar, que es bajomedieval (siglo XV). No obstante las impetuosas aguas del río le ocasionaron repetidos daños, de modo que hubo la necesidad de acometer obras de restauración en 1608 y 1816. En la década de 1950 fue consolidado tras su declaración como Monumento Histórico Artístico en 1943.lo que más llama la atención es su longitud (96 metros) su asimetría, pues apoya directamente sobre la orilla derecha, más alta y sólida, mientras descansa directamente en la propia terraza fluvial en la izquierda. Muestra perfil a doble vertiente y un arco central de 17 metros de altura, con rosca sillería, que salva el cauce principal. Otros dos arcos más pequeños hacen de aliviaderos, en caso de avenidas.
Esta obra de ingeniería facilitó durante siglos la comunicación entre Jaca y los Valles occidentales del Pirineo Aragonés. Por aquí pasaba el camino que enseguida se bifurcaba, hacia los valles se Aísa, Hecho y Ansó. El desvío por Abay, bien conservado, conducia hacia Berdún y Navarra, a modo de camino jacobeo complementario al Camino de Santiago principal, que discurre por orilla izquierda del valle.
Las fotografías aparecen por orden de ruta.
Serafín Martín.
Fuentes propias y www.aragonromanico.com/.
© Cheluy -Sera 2006