Ruta 160 por Soria .Por tierras de Ágreda.- Ágreda, Ólvega, Muro.
Ruta 160 por Soria .Por tierras de Ágreda.- Ágreda, Ólvega, Muro.
Ruta 160 por Soria .Por tierras de Ágreda.- Ágreda, Ólvega, Muro.
Es la Tierra de Ágreda una región dura y agreste, poblada de encinas, robles y matorrales, a caballo entre las comarcas ganaderas del norte de Soria, las llanuras trigueras del Campo de Gómara y los primeros –y diminutos– huertos aragoneses, a los que riegan afluentes del Jalón nacidos en el Moncayo. La aparente inhospitalidad del paisaje queda suavizada tanto por el verde jugoso de los cultivos de regadío, que hacen posible los ríos Queiles y Araviana, como por el resguardo que le presta la sierra del legendario Moncayo. Sierra que, además de constituir un símbolo para la comarca entera, favorece en ella las condiciones de un clima seco y frío que hicieron posible la fama de sus secaderos de embutidos, jamones y bacalaos.
Alejada de las zonas de mayor tráfico, y depositaria de un notable bagaje histórico, la Tierra de Ágreda y el dominante Moncayo han gozado desde épocas remotas de los elogios de la literatura, y de la recreación de los mitos clásicos en sus parajes.
El Moncayo debe probablemente su nombre a los iberos, quienes, al parecer, designaban con el sufijo cayo los montes cónicos o romos. Balcón que otea el Ebro, los Pirineos, las sierras de Teruel y las llanuras de Castilla, fue monte sagrado (junto con el pico Ocejón) también de los celtíberos.
La comarca vivió tiempos gloriosos, aunque agitados, hasta el siglo XV. Después, con la unión definitiva de los dos grandes reinos peninsulares, iría languideciendo imparablemente, salvo unos fugaces años de dinamismo excepcional: la época de la Venerable Sor María de Jesús de Ágreda, consejera del rey Felipe IV y mediadora ante él de los favores de los prohombres de la Corte. Recuerdo y confianza en este poder es la costumbre popular, mantenida a lo largo de los siglos, de acudir en demanda de favores ante su cuerpo incorrupto, en el convento de la Concepción.
Además del convento de la Venerable, restan en Ágreda lugares tan evocadores de su pasado como las ruinas del castillo de la Muela, los lienzos de la muralla con dos esbeltas puertas árabes de estilo califal, la iglesia románica de Nuestra Señora de la Peña, la torre románica de la de San Miguel, la portada gótica de Nuestra Señora de Magaña y, ya del siglo XVI, la basílica de Nuestra Señora de los Milagros y el Ayuntamiento.
La presencia romana en las cercanías del Moncayo ha legado vestigios arqueológicos y trozos de fortificaciones en la localidad de Muro, antigua Augustobriga, sobre la calzada que unía Numancia con Tarazona. Destacan también en Muro los elementos arquitectónicos y ornamentales románicos, especialmente en los herrajes de la puerta de acceso a la iglesia, y su castillo, que defendía la misma línea fronteriza que los de Débanos, Vozmediano, Olvega y Ciria. En Noviercas y Trévago son notables las macizas torres califales, construidas durante el siglo X como defensa de la frontera musulmana del noroeste.
El 24 de Septiembre de 2016 llevo en Ágreda 12.324 kilómetros
La Villa de Ágreda, en la
provincia de Soria, situada en el extremo este de Castilla y León, es la
embajadora perfecta para quienes provienen de las comunidades de Aragón, Navarra
y La Rioja, con las cuales limita.
Situada en un lugar estratégico, entre la depresión del Ebro y la meseta
Castellana, ofrece un paso inmejorable en el sistema Ibérico, bordeando el
Moncayo. Por ello, Ágreda se convirtió desde tiempos inmemoriales en un lugar de
paso por el que discurrieron las culturas y civilizaciones que fueron
protagonistas de la historia en cada momento.
Ágreda se sitúa en las faldas del monte Moncayo (pico más alto del sistema
Ibérico), a una altitud de 929 m., y más concretamente, en el valle del río
Queiles, que mana en los Ojillos del Parque de la Dehesa. Sus orígenes, como
sucede con tantas otras ciudades, son legendarios: Caco, arrojado por Hércules
desde el Moncayo, vino a refugiarse y llorar sus penas aquí antes de partir
hacia Italia, según cuenta la suma de la coronita y blasón de armas y pendón de
la Villa de Ágreda del año 1460.
Edificada sobre un terreno irregular, tuvo su origen en el barranco de la Muela,
zona estratégica y fácilmente defendible. Se han localizado restos celtibéricos
en el municipio, pero los testimonios más firmes de población como tal se
remontan a la época emiral, en torno al S. IX.
Fue reconquistada por Alfonso I el Batallador en 1118 y repoblada en época de
Alfonso VII con gentes de poblaciones de la serranía Soriana: Yanguas, San Pedro
Manrique y Magaña. Todos los reyes castellanos del medievo otorgaron numerosos
privilegios a la Villa, por mantenerse fiel a ellos en detrimento de los otros
reinos limítrofes. Prueba de ello es que Ágreda gozara de fuero propio,
concedido por Alfonso X el 27 de marzo de 1260, durante toda la Edad Media.
La Villa se configura como lugar de convivencia pacífica de tres culturas:
árabe, judía y cristiana, que perdura hasta 1492 con el decreto de expulsión de
los judíos por los Reyes Católicos.
A lo largo de la Edad Media, su posición fronteriza la convirtió en escenario de
bodas reales, pactos, reuniones y acuartelamientos.
Herencia del pasado es el importantísimo y vasto legado cultural y artístico que
hoy constituye el patrimonio de Ágreda. Los árabes levantaron fortificaciones de
las que quedan restos de murallas y dos puertas de época emiral. Las calles que
configuran la judería conservan su trazado original. Los cristianos dejaron su
impronta en los numerosos edificios religiosos y civiles. A partir del siglo
XVI su decadencia como plaza fuerte hace que la Villa quede relegada, hasta que
la figura de Sor Mª de Jesús le devuelva el protagonismo de otros tiempos. Esta
religiosa concepcionista se convirtió en una de las mujeres más influyentes y
relevantes del s. XVII, como lo pone de manifiesto la relación epistolar que,
como consejera, mantuvo durante más de veinte años con el rey Felipe IV. Su
personalidad literaria se plasmó en su obra fundamental La Mística Ciudad de
Dios. Símbolo y recuerdo de esos tiempos es el traje español del s. XVII que
visten tradicionalmente los Cofrades de la Vera Cruz, en la procesión del Santo
Entierro de Semana Santa.
El urbanismo de Ágreda se desarrolló en ambas laderas del río, aprovechando la orografía del terreno que permitía la mejor defensa frente al enemigo, siendo el promontorio rocoso de La Muela y el Barrio Moro los baluartes inexpugnables. Conforme fue creciendo la población y sus dimensiones, los barrios se fueron expandiendo, y las murallas se fueron desarrollando de cara al exterior pero también entre los distintos barrios, resultando cuatro recintos amurallados distintos en el Edad Media y en la Edad Moderna, de los que hoy nos quedan numerosos vestigios.
La
Sinagoga era una antigua iglesia románica que se ha identificado con la sinagoga
de la villa.
Consta de ábside semicircular con tramo recto y una sola nave muy transformada
por los diferentes usos que ha tenido.
Los templarios. Edificio actualmente en ruinas, constaba de una nave, presbiterio y ábside. La nave se techaba con medio cañón separado en tres tramos por dos perpiaños, entre los que se encontraba una puerta meridional; la principal ha desaparecido. El arco del triunfo, muy apuntado, descansa en medias columnas con capiteles vegetales. El presbiterio se cubría con bóveda apuntada y el ábside con cascarón. Al exterior, quedan algunos canes lisos.
Ntra. Sra. de los Milagros. Alberga una pila bautismal románica, consta de una pie prismático sobre el que hay una copa troncocónica, decorada con bocel en el borde superior, seguido de pequeños arcos de medio punto, bajo los cuales hay otros más grandes que se cruzan.
San Juan Bautista. Sólo conserva de obra románica su portada, abierta entre dos contrafuertes, está formada por un arco de medio punto, tres arquivoltas y guardapolvo. Salvo la primera arquivolta que es lisa, el resto es de arista achaflanada y presenta decoración vegetal de talla muy tosca. Las arquivoltas descansan en tres parejas de columnas coronadas por capiteles vegetales e historiados, en los que vemos una figura alada que sostiene en sus manos dos cabezas, otro con cinco figuras sedentes sobre los que hay dos libros abiertos y a la derecha, tres personajes uno de ellos con un libro abierto. Los cimacios se decoran con tallos entrelazados. La portada se remataba con un tejaroz, del que sólo se ha conservado un canecillo con un personaje tocando un cuerno.
Palacio de los Castejón. Para edificar este palacio herreriano de grandes proporciones, hubo que salvar el fuerte desnivel que provocaba un pequeño barrando natural, el cual separaba el barrio morisco del resto de la población.
Fue el
último palacio que esta importante familia agredana construyó en la Villa,
llevándolo a cabo a finales del siglo XVI Don Diego González de Castejón y
Vinuesa, regidor de Soria y Ágreda, el cual deseaba edificar un palacio digno de
albergar a reyes y nobles a su paso por la Villa.
A pesar del empaque dado a la obra, su traza es sencilla, destacando su puerta
herreirana adornada con balcón de frontón partido que porta el escudo de la
familia y las torres gemelas rematadas por una galería de estilo aragonés. En su
interior, destaca el sobrio y elegante pario de dos alturas, sustentado por
columnas monolíticas, donde para acceder a la galería alta, debemos de hacerlo
por una escalera cubierta por una cúpula de estilo florentino. Esta galería se
abre sobre el patio con ventanales de antepecho almohadillado.
Hoy, este Palacio de los Castejones, acoge algunas dependencias y servicios
municipales de la Villa de Ágreda (biblioteca, escuela de música, centro
cultural, sala de exposiciones, ludoteca, centro de acción social, etc) así como
el importante Archivo Histórico Municipal de la Tierra de Ágreda, donde se
conservan con respeto ye esmero un buen número de privilegios rodados, cartas
reales, bulas papales, reales cédulas, cartas de tregua, libros de actas, y el
conocido y poco investigado Registro de Escribanos de la primera mitad del siglo
XIV, cuyo detenido estudio e investigación aportaría interesantísimos datos
sobre las instituciones y las formas de vida de aquella época.
A la vez que se construía el palacio, su propietario, el ya mencionado Diego
González de Castejón, se planteó diseñar un espacio ajardinado, recreado con la
estética renacentista en la que los protagonistas serían los setos de nudos, las
plantas aromáticas, las burlas y juegos de agua y un teatro vegetal.
El Jardín Renacentista -que hoy podemos visitar en el Palacio de los Castejón-,
es una recreación llevada a cabo después de complejos estudios históricos,
espaciales y arqueológicos, cuyo hallazgos permitieron identificar el muro norte
con sus nichos y pedestales para la estatuaria, actualmente recreados con
celosías de madera. Dentro del primer jardín se diferencian varias zonas,
destacando la central en torno a una fuente circular con surtidor, los parterres
de los nudos, el teatro verde y el jardín de las hierbas que acoge a un buen
número de plantas aromáticas, medicinales, culinaria sy decorativas. Un segundo
jardín, El Jardín de la Memoria, de inspiración barroca, está organizado en
superficies no regulares, recubiertas con diversas plantaciones, a las que se
une un pequeño teatro de espejos y un reloj astronómico.
El Parque de la Dehesa de Agreda abasteció el asentamiento templario que se situó en esta villa; más tarde, bajo el mandato de Alfonso el Sabio contribuyó con sus pastos a mantener la economía de los labradores más humildes, hasta que el municipio intervino haciendo de su vergel un bien comunal, que le proporcionó estimables ingresos.
Pasaron
muchos años de honrosa servidumbre a la agricultura y ganadería. Pero nada
permanece igual con el paso del tiempo, todo se transforma. De centro agrícola y
ganadero, pasó un buen día a ser centro de ocio y recreo. Desde entonces no
transcurre un solo día en que no reciba visitas. Lo que con el progreso pudo
haber sido el fin de su existencia, resultó ser la mejor de las obras que en
ella han acontecido, convirtiéndose en un paraje sin igual, fresco, alegre,
lleno de vida.
Dicen que el manantial que riega sus praderas no tiene fondo. Que el agua de la
fuente sulfurosa, a la que llaman por su olor "de los huevos podridos", tiene
propiedades terapéuticas. Que sus raíces son un brazo de mar. Además es la mayor
extensión de Castaños de Indias alineados de Europa.
La Dehesa se divide en tres paseos. El primero, el parque de "Moisés Calvo',
donde hace ya unos cuantos años, se celebraban inolvidables verbenas. También
dispone de una zona de recreo con sus columpios para los visitantes más
pequeños. En él se ubica el quiosco, desde donde la Banda Municipal ameniza con
sus notas las tardes de los domingos de verano.
Su segundo paseo, del que pocos saben que se llama del "Intendente", está
formado también por dos filas simétricas de castaños, con su inmensa pradera en
la que no es difícil encontrar grupos de jóvenes tumbados sobre la hierba, su
fuente de agua sulfurosa o de “los huevos podridos", como la llaman los
lugareños, recientemente recuperada. De su inmediato jardín de árboles
centenarios rodeados de floridos jardines.
Finalmente su tercera parte, quizá la mas visitada. Arbolada con distintas
especies, pero siguiendo la línea habitual de dos filas de castaños simétricos,
deja al visitante perplejo por su acogedora distribución. Con sus mesas de
piedra y madera, sus fuentes, sus asadores para preservar el medio natural, su
amplia zona verde, su espacio de sol y sombra.
Perfectamente ubicada, la "Dehesa" agredana no tiene parangón en muchos
kilómetros a la redonda. Bien conservada, es uno de los exponentes turísticos de
esta villa, que sin duda alguna, y con el paso de los años, se ha sabido
aprovechar.
Terminada la visita a Ágreda, desde el Parque de la Dehesa, parto hacia Ólvega por la carretera CL -101.
En el kilómetro 3 llego al Polígono Industrial de Ágreda
En el kilómetro 3,70 salgo a la carretera CL-101, en dirección a Ólvega.
En el kilómetro 9,55 entro en el polígono industrial de Ólvega
El origen del poblado actual de Ólvega es antiguo. Nos tenemos que remontar, con toda probabilidad, a los comienzos del siglo V después de Cristo, aunque sus raíces se hunden todavía más profundamente en el tiempo.
En 1982 se detectaron y
localizaron en su término dos castros celtibéricos, de época anterior a Cristo:
el de la Muela u Hoya del Mesado y el del Castillejo o Castillazo de Araviana,
más otro probable en Matapiojos; y quizá existiera un cuarto poblado en Los
Mártires, el lugar más alto de la antigua ubicación de la villa. Las gentes
rudas, “indómitas y difíciles” que habitaron esos pequeños castros, eran
“pelendones”, rama que proviene de los celtíberos. Su economía era rudimentaria,
esencialmente pastoril más que agrícola, y con alguna probable y mínima
explotación de la minería y metalurgia del bronce y del hierro, para fabricación
tosca de sus propias armas y utensilios, sin alcanzar la perfección de las
falcatas y espadas celtibéricas.
Si retrocedemos más en el tiempo, tenemos que consignar también el hallazgo en
tierras pertenecientes a su término municipal, de hachas y otros restos
prehistóricos.
Nace
Ólvega como pequeño “vicus” en el siglo V con un puñado de hispanorromanos
huidos de la cercana Augustóbriga (Muro), arrasada trágicamente por el fuego a
manos de las primeras hordas bárbaras de vándalos y alanos (año 409). Aquella
importante ciudad romana tenía una muralla de 3.077 metros de perímetro, estaba
clasificada como “mansio” o final de itinerario porque desde ella se comenzaba
de nuevo a contar millas; y se hallaba en la vía “de Astúrica a Caesaraugusta”.
Tras el incendio, ante la inseguridad y peligro de nuevas hordas, Augustobriga,
como ciudad maldita, queda abandonada, desolada y olvidada durante siglos. Sus
gentes se dispersaron por los alrededores en busca de un lugar seguro. Es en ese
momento cuando piensan en Ólvega, que está lo suficientemente apartada (unos 6
kilómetros) de la ciudad “desierta” y de la calzada romana, y a la vez cercana
como para no dejar de beneficiarse de la riqueza cerealista de aquellas campiñas
y del laboreo del mineral de hierro.
En un principio, el primitivo asentamiento o poblado olvegueño ocuparía la
pequeña acrópolis de los alrededores de la ermita de Los Mártires, más fácil de
ser defendida.
Así mismo, es también muy probable que Augustobriga o los núcleos que la
sustituyeron, tuvieran ya, tan tempranamente, en el siglo V, pequeñas
comunidades cristianas, evangelizadas sin duda desde la cercana ciudad de
Turiaso, sede episcopal en ese siglo.
Del topónimo de “Ólvega” se han dado varias interpretaciones. Algunos quieren
derivar dicho nombre del vascuence “ola-veaga”, que significaría “herrería
baja”. Según otros, sería todo lo contrario: “herrería del alto”, justificándolo
además con la existencia de ese mineral en el término.
Sin embargo, esta otra explicación, teniendo en cuenta los orígenes o formación
histórica del poblado olvegueño en esta ubicación concreta. El vocablo
pertenecería al sustrato lingüístico prerromano, y derivaría del nombre
apelativo de lugar “-briga” u “óbriga”, componente de la palabra “August-óbriga”
que evolucionaría después en “ólbega”, siguiendo sencillas reglas de nuestra
Gramática Histórica. Desde esta interpretación, la palabra “Ólvega” sería lo
mismo que el céltico “-briga” u “óbriga”; o lo que es lo mismo, significaría
genéricamente “ciudad, núcleo, poblado, fortificación”.
Después del dominio musulmán fue reconquistada por el rey aragonés Alfonso I
el Batallador en 1119; y permaneció como aragonesa durante quince años, hasta
1134, cuando pasó ya definitivamente al reino de Castilla, con Alfonso VII el
Emperador.
Comenzará ahora la nueva y definitiva andadura cristiana de Ólvega, dentro de la
Iglesia Diocesana de Tarazona. Y con ella, empezarán también la construcción de
iglesias y ermitas románicas. Pero en el núcleo urbano de la villa no tenemos
nada románico, sólo algunos restos en la traza de la nave y bóveda de la ermita
de San Roque. Existen elementos románicos de características rurales en las
ermitas de San Bartolomé y San Marcos. La de Los Mártires es de principios del
siglo XIII; y la de Olmacedo hay que fecharla hacia la mitad de la misma
centuria, radicándose en ella un Priorato dependiente del monasterio
Cisterciense de Fitero.
La primera vez que aparece escrito el nombre de Ólvega –Olvegam- es en un
documento del obispado de Sigüenza, de 1135, y se cita el topónimo como punto de
refencia para ubicar el poblado de Salas, en una donación de ese lugar al obispo
de aquella diócesis, por parte del rey Castellano Alfonso VII:
“dono et concedo... Salas, illan populationen novam..., cum ómnibus terminis
suis a radice Montis caci, Inter. Agredam et Olbegam”
(Dono y concedo Salas, el nuevo poblado con todas sus pertenencias, que está en
la falda del Moncayo, entre Ágreda y Ólvega).
Ya en el siglo XII se documenta su nombre como “Olbega”. Por tanto, la palabra
evoluciona filológicamente muy pronto.
De todos es sabido el suceso triste y luctuoso por el que esta Villa de Ólvega
es conocida con el heroico cognomento de “Segunda Numancia Soriana”. Por ello,
también campea en su escudo desde antiguo –ya descubrimos uno pintado en el
ático del retablo de la ermita de San Roque, que es del siglo XVIII-, un
castillo o torre almena en llamas.
Aunque la lápida mural de la ermita de Los Mártires nos hable de “Agartón de la
Cerda” por la ‘Crónica de los Reyes de Castilla’ sabemos que se trataba de Don
Luis de la Cerda, un hijo suyo, quinto conde de Medinaceli.
Dos veces resultó fallida la donación que había hecho Enrique IV de la villa de
Ágreda, con sus aldeas, a otros tantos señores, por el levantamiento de sus
habitantes contra la disposición. Y en una tercera donación, aunque revocada por
el rey, el conde de Medinaceli, no se atreve a atacar directamente el lugar.
Ólvega se negó a obedecer al noble, el cual descargó toda su ira, poniendo fuego
a las puertas de una torre, donde el pueblo se había hecho fuerte. Las llamas
penetraron en el interior, declarándose un incendio tan voraz, que todos
perecieron abrasados, dando gritos horrorosos que llegaban hasta el cielo. El
conde abandonó esta “Segunda Numancia” sin lograr la victoria. Las asechanzas a
esta tierra por parte del caballero debieron durar siete años completos y dos
incoados, desde 1465 al 1473.
Parece que en 1473 se entregó la Villa de Ágreda y su tierra a
la infanta Doña Isabel la Católica, movidos quizá por el ejemplo de Aranda y
para liberarse del duro señorío de Medinaceli. Tal vez por ello, en 1474, éste
arreció sus iras contra Ólvega. Y así quedaría patente e inmortalizado el
carácter recio y bravío de aquellas gentes, amantes de su libertad hasta el
martirio, por ser de la corona o de realengo y no de señorío de un señor
particular: “La serenísima Reina Doña Isabel, de gloriosa memoria, hizo merced a
esta Villa (de Ólvega), siendo aldea de la Villa de Ágreda, no de hacer esentos
e libres e francos a los vecinos della de todos los pechos e derramas e moneda
foreda y otros tributos...” Año 1478.
Durante la guerra en el reino de Granada “1492”, su majestad pidió que las
Villas de Ágreda y Ólvega le sirviesen con cierta gente de guerra, “e para la
paga de la gente e los más gastos, se hicieron tres dehesas en Arabiana,
Valverde y la sierra del madero, que se arrendaron para el efecto de pagar a
dicha gente de guerra e los demás gastos”.
El siglo XVI sería una centuria de pujanza para la villa. Como muestra de ello
está el palacio renacentista de los Salcedo-Morales, la mayor parte de la
iglesia parroquial y el valiosísimo retablo mayor. Anterior era una graciosa
ventanita gótica con arco conopial, en la calle de los Mártires, sin duda el
resto civil más antiguo de la Villa, hoy desaparecida. El antiguo Ayuntamiento
data de 1589. Los libros parroquiales o Quinque libri comenzaron tempranamente,
en el año 1514.
Pero, sobre todo, se consigue en este siglo la carta de privilegio, por la que
Carlos V concede a la aldea de Ólvega su exención jurisdiccional de la Villa de
Ágreda, y le otorga el título de “Villa de Realengo”, “con todos los derechos,
insignias, libertades, preeminencias y prerrogativas correspondiente a ello”.
Fue fechada en Valladolid, a 16 de Marzo de 1556.
Todo ello se recoge en un precioso códice del Ayuntamiento o cuadernillo de seis
folios, de pergamino, con miniaturas en colores, escrito a mano con cuidad
caligrafía y letra del tipo “humanísticas formadas”, del siglo XVI. Se puede
decir que es el ‘acta constitucional’ de la Villa de Ólvega. Dicha exención y
título se concede por “haber servido e socorrido para las necesidades que se han
ofrecido para guarda y prousión de las fronteras destos Reynos de Africa y paga
de las galeras y de otras cosas importantes, con un quento y ochicientos y
treinta tres mill marevedís”.
“La iglesia ha quedado desprovista de muchas cosas, y particularmente de vasos sagrados, a resulta del tránsito que hicieron las tropas extranjeras (francesas) por esta Villa”.
Esta nos muestra que a la invasión napoleónica siguieron otras
muchas secuelas, como las requisas de cebada, avena y paja, para abastecer el
ejército francés. Luego, en la Guerra de la Independencia, hubo que proveer de
hombres, víveres y otros medios al ejército español para luchar contra el
invasor.
Sobresale el hecho de la muerte de un hijo pequeño de Agustina de Aragón. Ésta,
respetada por la balas enemigas francesas, no lo fue por la peste. Enferma, y
con su hijo también afectado por esta enfermedad, pudo escapar de los franceses
(1809), que la llevaban prisionera. Pero en la huida, “llegada a Ólvega, perdió
allí a su hijo”. Así lo encontramos escrito en el Libro 8º del archivo
parroquial, fol. 2 vto.
Fernando VII fue el último monarca que firma la “confirmación a la villa de
Ólvega de un privilegio de exención de la jurisdicción de la villa de Ágreda”.
Fue dado en Madrid al 8 de Agosto de 1816.
El 15 de febrero de 1873 llegó a Ólvega el Boletín Oficial, en el que se
manifestaba que el rey Amadeo había abdicado. Y por lo que se deja translucir
del acta de la sesión del Ayuntamiento, la noticia no parece que despertara
demasiado entusiasmo en la corporación, como se vio, por ejemplo, en la
subsiguiente proclamación de Alfonso XII.
El cólera “morbo” de 1885 causó verdaderos estragos en la población olvegueña.
Los enfermos fueron numerosísimos y los muertos casi llegaron a ochenta desde el
9 de agosto al 21 de septiembre. La población estaba afligida “bajo el pesado
yugo del cólera”. El médico, don Joaquín Febrel, por su dedicación y
comportamiento de los enfermos fue declarado “Médico de Honor perpetuamente de
esta Villa”.
Ha sido característica y virtud de este pueblo de Ólvega el sentir siempre un
afán grande de ser, progresar y de superación;
Pero, si cabe, esto se incrementa en los comienzos del siglo XX, llegando a ser, desde los años 50 hasta la actualidad, uno de los núcleos de la provincia de mayor desarrollo. Esto se refleja en un acta del ayuntamiento de 1902:
“En virtud de hallarse próximo el día en que la Vía Férrea que cruza por este
término a Castejón de Navarra, ha de inaugurarse para el servicio público (un
vagón), así como para la explotación de minerales, no distante de la población
tres kilómetros, así como la importancia que reviste esta Villa con el número de
1.695 habitantes de que se compone la misma, ha llegado el momento en que
procede que se vea el desarrollo del progreso, por ser beneficioso para los
intereses generales, no solamente para los de esta villa”.
Y, como consecuencia de esta afán de desarrollo, se acuerda establecer en la
villa un mercado semanal los domingos y una feria de diversas clases de ganado
en fechas que giran alrededor de las fiesta de septiembre, y hay constancia de
su celebración al menos en el período 1902-1904.
Obras de principio de siglo son la instalación del alumbrado eléctrico en la
calles, en 1900; la construcción del frontón, en 1909; el cementerio actual, en
1910; un grupo escolar, hoy convertido en parque, en 1928... El primer camino
vecinal del Ólvega fue el de la Sierra a la carretera de Soria (1916); y el de
Ólvega a Ágreda se construyó en 1925. En 1941 se inauguró el ferrocarril
Soria-Castejón.
La explotación de la mina por una compañía belga, a través de un ferrocarril de
vía estrecha de Ólvega a Castejón de Navarra, comenzó en 1902, con un total de
70 obreros.
De nuevo en 1954 se puso la explotación la mina Petra III, con 230 obreros que
trabajaban en don turnos. Sin previsión de futuro, por estar en litigio su
propiedad, se fue a sacar el mayor fruto posible de ella, premiando lo inmediato
sobre el porvenir. En 1964 trabajaban tan sólo70 obrero; enseguida se abandonó
la explotación. Pero el verdadero despegue industrial de olvegueño tuvo lugar a
partir de 1946, con la instalación de las industrias chacineras Industrias
Revilla y Embutidos Moncayo.
Al llegar a la villa te llama la atención la torre almenada de su iglesia, que
es como la proa y la “adelantada” al frente del casco urbano.
Este es el edificio de mayor prestancia artística del pueblo. En 1990 fue
restaurada a fondo, con buen gusto, esmero, pulcritud y eficiencia.
En su interior se ha dejado la piedra vista, que le da cariz recoleto y grave,
además de un ambiente de espiritualidad y recogimiento. Asimismo, no ha sido
menor la labor de restauración de su monumental retablo mayor. La puerta
principal, que se abre hacia el centro del templo en la parte sur. Aparece
cobijada bajo una alta y fuerte arcada de medio punto, tiene traza barroca y es
de principios del siglo XVII. La forman y enmarcan dos pilastras adosadas y
acanaladas, montadas sobre cajeados basamentos. El vano de entrada tiene un arco
con rosca fileteada y jambas trabajados. Sobre el entablamento, con friso de
triglifos y metopas, se alza el frontón abierto, coronado en la línea de las dos
pilastras por sendos remates de bolas.
Un
segundo cuerpo emerge de dicho frontón, constituyendo un pequeño nicho y
hornacina con venera para la nueva imagen de alabastro de Santa María la Mayor.
Está encuadrado por dos pilastrillas y rematado en un frontón triangular, con
bolas a modo de acroteras y una cruz.
En el friso se lee “Doctor Don Joseph de Pereda y Morales”. En la enjuta
izquierda está pintado el anagrama de “Víctor” para celebrar la obtención de
grados académicos; en la de la derecha se dibuja una cruz potenzada y una
especie de canastillo con un ramo. Se celebra aquí la obtención del doctorado
del personaje citado, nacido en 1595, “sobrino que fue del obispo olvegueño, don
Diego de Pereda y Morales, y colegial de Osma y de Santa Cruz de Valladolid”.
Llama la atención, por su originalidad y buena construcción, la puerta,
reproducción exacta de la realizada en 1623 por Francisco Cambero Figueroa,
ensamblador y artista soriano. Se han vuelto a reintegrar, con buen criterio,
los mismos clavos romanos de bronce que llevaba la antigua. Parece que tanto la
portada como aquella antigua puerta fueron sufragadas por Don Diego de Pereda,
obispo de Medina sidonia (1531-1637).
Su fábrica sigue la traza de la iglesia del siglo XVI, con planta de cruz
latina y cabecera poligonal, y es un buen ejemplar entre las sorianas. No toda
ella es de la misma época. Lo más antiguo está en la parte de la sacristía,
cubierta con bóveda de crucería, y en la torre, fechable en finales del siglo
XV. La capilla, dedicada antes a baptisterio y presidida por San Miguel es la
más moderna (1915), y la que le sigue, dedicada al Santo Cristo de la Cruz a
Cuestas, en su arquitectura es de 1583. Son dos añadidos, pues, a la iglesia
como tal, ya que su nave principal, crucero y un tramo de la sacristía son de la
primera mitad del siglo XVI. Respecto a los materiales de construcción, en los
muros predomina el aparejo de mampostería, y la piedra labrada se redujo a los
lugares clásicos, como contrafuertes, aleros, arcos, ventanas, nervios,
esquinas,... El mayor descubrimiento de la restauración actual ha sido el de la
plementería de las bóvedas, que tanto empaque da a la crucería. Abunda la piedra
de tipo arenoso, procedente del término “el Serbal”.
La Torre tiene aspecto de fortaleza por su coronamiento en almenas, aunque puede
ser un añadido posterior que quizá nos quiere recordar el episodio trágico del
escudo olvegueño. Tiene planta ligeramente rectangular, con tres cuerpos
desiguales en su altura y decrecientes en su grosor, separados por impostas de
piedra tallada. Desde su altura, la panorámica de la Villa, fábricas,
campanilla, alrededores y la sierra es espléndida.
Seis son los vanos posibles para campanas, y dos ventanitas conopiales en el
lado de poniente iluminan la escalera de subida a la torre y son testigos de la
veteranía de esta parte de la Iglesia (s. XV). Son 96 los peldaños de piedra,
tallados en una sola pieza, de la escalera de caracol de la torre. Bajo las
almenas, una sencilla bóveda de crucería sujeta al tejado.
Desde su construcción la torre presentó problemas, por lo que se tuvieron que
construir (1587) los dos grandes estribos exteriores o murallones de cinco
metros para contrarresta el empuje de torre y naves.
Las Bóvedas
existentes en la nave constan de tres amplios tramos iguales, separados por
arcos fajones apuntados, más el de la capilla mayor. Esos tres primeros
compartimentos se cubren con bóveda estrellada, compuesta por diagonales,
terceletes, ligaduras y combados, que dibujan arcos conopiales y ultra
semicirculares.
La bóveda del presbiterio se acomoda a su planta pentagonal. De cada ángulo del
polígono y de la clave del arco fajón salen terceletes que se juntan de nuevo
con sus diagonales por medio de otros rómbicos y que, a través del circular,
llegan a la clave mayor. La ornamentación de las claves es de estrellas de ocho
puntas y de rosas.
Los nervios son de sección triangular con escocias y arrancan de diez ménsulas
escultóricas, cinco a cada lado. Desde el coro del presbiterio, en el lado
izquierdo, ésta representan una cabeza de querubín con alas desplegadas, un
ángel con el símbolo de la cruz entre las manos, un arcángel con escudo, en cuyo
campo se ve un jarrón de azucenas, un símbolo mariano, un toro con alas que
simboliza al evangelista Lucas y un águila, símbolo del evangelista Juan.
En el lado derecho sé ve un ángel con corona de espinas y flagelo en las manos,
otro con martillo y tres clavos, que son cuatro símbolos de la pasión, y un
tercero con escudo, en cuyo campo parece adivinarse el anagrama de Ave María; un
león con alas, que representa al evangelista Marcos y un hombre con filacteria,
símbolo del evangelista Mateo.
Las dos vidrieras policromadas del presbiterio son geométricas, de mosaico
floreado; la de la capilla del Santísimo representa al Buen Pastor; la de la
capilla del baptisterio alude al bautismo de Jesús y, si el rosetón de los pies
de las iglesias simboliza a la Virgen María, en la vidriera del coro, con buen
criterio, se ha representado a la Virgen de Olmacedo.
Entrando a la iglesia por la puerta ordinaria, casi enfrente de ella, te
encuentras con la grata sorpresa de una bella imagen de la Virgen del Pópulo,
como si te recibiera, saludara y felicitara por venir a la casa de su hijo,
mostrándotelo. Tiene el original nombre del “Virgen del Pópulo”, que algunos
entiende como “Virgen del Pueblo”, de todos; pero, si atendemos a la etimología
significaría “Virgen del Álamo”.
Es una talla barroca, de tamaño natural, y está sentada. Lleva túnica
adamascada, salpicada de precioso floreado, con manto verdoso que cruza
elegantemente sobre las rodillas. Su rostro y manos son muy bellos, así como
toda la disposición de sus ropajes. Mira ligeramente a su hijo, que lo muestra
sobre su mano izquierda. En la otra lleva un libro con alardes de
encuadernación. Es una buena escultura de finales del siglo XVI.
El cuadro de la Virgen del Pilar lleva la inscripción siguiente:
“Se ofrece esclavo a Nuestra Señora del Pilar Don Joseph de Villanueva de la
Matta y Escorial, hijo del doctor Don Joseph y Ana la Matta, vecinos de Olbega.
Fue capellán de la capellanía de Blas la Matta y del vínculo de don Diego García
Escorial, de la capellanía que en San Martín, Reino de Aragón, fundaron Diego
García y R. La Matta. Y lo da (el cuadro) a la capilla de los Rodero de dicho
Olbega”.
Es un lienzo con buen marco, del primer cuarto del siglo XVIII, en el que se
recoge la aparición de la Virgen del Pilar. Se ven en él dos planos: el celeste
que acompaña a la Virgen en su venida a Zaragoza y el de la tierra con el
Apóstol Santiago y sus discípulos, unidos ambos planos por el Pilar de la
Señora. El clérigo que está de rodillas debe corresponder a un retrato del
propio donante. La capilla de los Rodero y los García, en la que se colocó
primitivamente el cuadro, es la actual de la Divina Pastora.
El Retablo Mayor es la joya artística de Ólvega y una de las mejores muestras del romanismo soriano. Sus proporciones son grandiosas –el mayor de la Diócesis de su estilo y época- llenando toda la cabecera del ábside. Ha sido recientemente restaurado juntamente con la fábrica de la iglesia, ganando todo el conjunto empaque y suntuosidad.
Desde Ólvega me dirijo por el precioso paseo peatonal a La Virgen de Olmacedo.
En el kilómetro 15,21 llego a La Virgen de Olmacedo.
Por su historia y arquitectura resulta interesante esta ermita de tipo
rural, a pesar de que en sus materiales predomina la mampostería. Tiene la
particularidad de ser el último templo románico levantado en la provincia de
Soria, cuando ya el gusto por el recién estrenado gótico dominaba en todas
partes. Esta ermita es el adiós al románico soriano. Presenta, además, una
segunda particularidad en el trazado de su pequeña fábrica en forma o planta de
cruz latina, al gusto catalán más que al autóctono soriano.
La tercera particularidad es que las bóvedas apuntadas de las dos capillitas
del crucero no son transversales o perpendiculares al eje de la nave ermita,
como es lo común, sino paralelas a su eje mayor. En el exterior presenta un
alero de piedra tallado en forma de caveto recto sobre canecillos lisos.
En el interior su única nave está cubierta con bóveda de cañón apuntado,
dividida en cinco compartimentos y apoyada sobre arcos fajones y pilastras
prismáticas. Una pronunciada imposta recorre los muros de la nave, que se
abocinan interiormente hacia el presbiterio, y acaba en ábside semicircular, con
un postizo y añadido camarín poligonal para la Virgen, con luz cenital.
Un pergamino enrollado en un canuto de cobre que fue encontrado en la ermita
en 1657 atestigua lo siguiente:
“Dedicata fuit haec Ecclesia et hoc altare in honorem B. Mariae a Dno. Fortunio
Epo. Tirasonensi, idibus martii,anno ab incarnatione Dni. MCCLXX, sabato. (se
consagró y dedicó esta iglesia y este altar en honor de la Bienaventurada María
por Don Fortún, obispo de Tarazona, el día 15 de marzo del año 1270 de la
encarnación del Señor, sábado)”.
Ese documente habla de la consagración de la ermita en 1270. Pero ello no
quiere decir que se acabara de entonces. Más bien, hay que suponer, por su
estilo arquitectónico, que en esa fecha llevara varios lustros construida.
Estimamos que sería levantada entre 1240 y 1250, ya que no cabe admitir un
templo románico en la segunda mitad del siglo XIII.
En otros tiempos debió existir aquí un priorato con iglesia y una residencia de
la santería en medio de un pequeño “coto redondo”, denominado de las Siete
Semanas, “cuya jurisdicción pertenecía al real Monasterio de monjes bernardos de
la villa de Fitero, del reino de Navarra” (Catastro Ensenada).
La presencia continua de Monjes Blancos debió de prolongarse hasta 1750.
Después, los religiosos arrendaron la pequeña hacienda a un santero que residía
en la santería. Pero, con las leyes de la desamortización eclesiástica vendría
la disolución del monasterio cisterciense de Fitero (1835) y le pérdida del
priorato y “coto redondo”. La ermita y la santería pasaron a la parroquia y la
40 yugadas de tierra de labor del coto redondo a manos de particulares.
Desde aquí decido ir por la Vía Verde a La Mina Petra
A principios del siglo XX este
itinerario era parte del trazado de un vía de ferrocarril utilizada para el
transporte del mineral sacado de la Mina Petra. Se extraía oligisto, mineral de
hierro con una pureza del 70%. Ahora se ha convertido en una Vía Verde, conocida
popularmente como Vía Vieja, destinada a ciclistas y paseantes para el disfrute
del entorno de Ólvega. Paralelamente al inicio de la actividad minera surgió́ el
proyecto de construcción de la línea de ferrocarril minero entre Ólvega y
Castejón con el objeto de dar salida al mineral hacia las fundiciones del
Nervión en el País Vasco, a través del enlace en Castejón con la línea
Zaragoza-Bilbao.
La Vía Verde, a la salida de Ólvega, sigue el denominado Paseo de la Ermita
(Ermita. de la Virgen de Olmacedo, patrona de Ólvega) el cual te ofrece un
itinerario botánico didáctico, cuya información se puedes complementar
alargando el paseo por el parque del Molino de Almagre. En la base de la sierra
del Madero atraviesa un fresco y denso bosque de rebollos pasando junto varias
fuentes que invitan a hacer un alto en el camino. Este tramo boscoso y su paso
por la Mina Petra coinciden con el PRC-SO 82 Ruta del Viento.
En el kilómetro 17 dejo la Vía Verde para por la izquierda seguir por la carretera que se dirige a la mina.
En el kilómetro 18,51 llego al yacimiento de Mina Petra.
El mirador y el camino está protegido por barandilla de madera pero aún así hay que tener cuidado, la tentación de traspasar la barandilla y así contemplar y fotografiar el lago verde es superior a la prudencia. Como digo se ha formado un pequeño lago artificial de color esmeralda posterior a la explotación de la mina que recoge las aguas de los manantiales de la zona. Frente a la mina el Moncayo, siendo este lugar un estupendo mirador de nuestra montaña desde la hermana Sierra del Madero.
"Sociedad establecida en 1899 para explotar una mina de hierro en el Moncayo, Soria. Entre 1902 y 1904 se construyó también una línea de ferrocarril minero con el nombre de Ólvega-Castejón".
La sociedad belga fue fundada con el único objetivo de explotar las minas de la comarca con un capital de 500.000 francos, el equivalente en la época de algo más de 6 millones de pesetas. Sin embargo, la mala gestión de sus administradores y el descarrilamiento del Tren Minero Moncayo, promovido por la compañía, vino al dar al traste con las expectativas de los belgas en tan sólo 6 años. Se fundó en 1899, en 1902 se declaró en suspensión de pagos y en 1905 fue declarada en quiebra. A partir de entonces se enfrascó en un proceso judicial que habría de durar 50 años.
Con el fin de trasladar el mineral extraído en el Moncayo, sobre todo el de la Mina Petra en Ólvega, la Sociedad Minera Moncayo comienza con la construcción de una línea de ferrocarril que uniera Ólvega con Castejón, en Navarra.
Al frente de la compañía se encontraba entonces Edouard Otlet, el concesionario del ferrocarril de Torralba a Soria y promotor de otras muchas vías férreas en el norte de España, algunas de las cuales se consideraron entonces auténticas estafas de su impulsor. En el caso de la del Moncayo, a los pocos meses de iniciarse la construcción la compañía se declaró en suspensión de pagos, por lo que el servicio fue arrendado a otra sociedad explotadora.
La Ólvega - Castejón llegó a inaugurarse pero no corrió mejor suerte que otros proyectos iniciados en las minas del norte. El primer tren cargado de mineral en completar el trazado lo hizo en el año 1902. En total, se trataba de 67 kilómetros cuyo único fin era dar salida al abundante mineral del Moncayo. La producción se trasladaba a Castejón desde donde se exportaba en ferrocarril a Inglaterra, Bélgica y Francia o se trasladaba a las fundiciones del País Vasco.
La línea no nació con estrella y arrastró penurias económicas durante sus dos primeros años de vida. Pero sin duda el hecho que desencadenó su declive fue el descarrilamiento del tren minero en el año 1904. Según el historiador Manuel Peña, el suceso se produjo tan solo dos años después de su puesta en funcionamiento, el 28 de julio de 1904 a las dos de la tarde. Este accidente costó la vida a 3 personas, "el guardafreno de 23 años y otros dos obreros más de 40 y 33 años", siendo atendidos el resto de los heridos en el salón de plenos del antiguo Ayuntamiento de Ólvega ubicado en la Plaza de España.
La complicada situación económica de la compañía explotadora, así como este suceso, provocaron que pronto los acreedores iniciaran todo tipo de acciones legales contra la sociedad explotadora de la línea y, por ende, contra la Sociedad Minera Moncayo que acabó quebrando en 1905.
A partir de entonces, la Ólvega - Castejón cayó en el olvido, siendo una de las vías férreas españolas con la historia más fugaz. La explotación de las minas continúo durante buena parte del siglo XX a finales del cual el tren volvió a transportar el mineral, pero nunca por aquella vieja vía abandonada. En la actualidad, su trazado trata de ser recuperado para la habilitación de una vía verde que no solo ponga en valor la riqueza natural de su recorrido sino que pueda recuperar la historia minera de los pueblos del Moncayo.
En el kilómetro 19,98 En La Fuente La Cascarrera y Miramonte nº 24 de Ólvega
En el kilómetro 23 estoy de nuevo en Ólvega, paso obligado si quiero ir hacia Muro, por la carretera SO-380
En el kilómetro 27 me encuentro con el antiguo trazado del ferrocarril Soria, Castejón, actualmente abandonado.
En el kilómetro 29,10 me desvío por la derecha a Muro, por la carretera SO-P-2004, y enseguida paro ante la fuente romana.
En el kilómetro 31 llego a Muro, que pertenece al Ayuntamiento de Ólvega. Tiene 190 habitantes y se sitúa a 1046 metros de altitud.
La localidad de Muro, que ya contaba con poblamiento celtíbero (Arekorataz), fue refundada bajo el imperio de Octavio Augusto con el nombre de Augustóbriga, en la vía romana que unía Astúrica (Astorga) con Caesaraugusta (Zaragoza). De esta época todavía se conserva la fuente, de excelente aparejo, situada a poco menos de un kilómetro de la población y convertido ahora su entorno en un agradable parque. De época romana, o celtibérica según otros, subsiste un recinto amurallado de tres kilómetros de largo del que toma el nombre actual. Su iglesia de San Pedro, que aún conserva los herrajes románicos originales de la puerta, y los restos de un castillo medieval completan el catálogo de testigos de su historia.
El vínculo de Muro con su antiguo pasado sigue vivo gracias a las iniciativas de sus vecinos que, a través del Centro de Interpretación de Augustóbriga, organizan Numantóbriga, marcha pedestre de dos días de duración que une las localidades de Muro (antigua Augustobriga) y Garray (yacimiento de Numancia) a través del itinerario de la antigua calzada romana. Celebrada a mediados de agosto, la marcha incluye representaciones y actividades culturales que recuperan usos, conocimientos y prácticas de las culturas celtíbera y romana.
Las ruinas sobre las que está edificado el actual pueblo de Muro, pertenecen a una antigua ciudad celtibérica que en época romana se llamó Augustóbriga. El perímetro de estas murallas, unos tres kilómetros, da cuenta de la importancia que esta ciudad tuvo en tiempos del Imperio Romano. En casi toda su extensión podemos apreciar los cimientos y en algunas zonas se elevan metro y medio sobre el terreno.
Edificio de fábrica románica, con cierto aspecto de fortaleza, dispuesto en nave única de cañón apuntado. Lo más notable es que conserva en perfecto estado la puerta originaria con sus auténticos herrajes románicos con motivos de espirales de finales del siglo XII. La portada, en donde se dan ya formas protogóticas, es abocinada, con cinco arquivoltas, columnas acodilladas y bellos capiteles de fina labra vaciados al trépano.
La construcción adosada a la iglesia se supone un torreón de origen cristiano, con dos estancias con bóvedas de medio punto y acceso por la iglesia. La cabecera de la iglesia, cubierta por una bóveda apuntada, ocupa la parta inferior del torreón. La edificación forma parte de la Ruta de los Torreones.
En el cerro contiguo a Muro quedan restos de un pequeño castillo. Es un edificio de estrechos muros y planta rectangular, coronado de almenas y colocado en uno de los ángulos de la antigua muralla. Pese a su lamentable estado de conservación, todavía mantiene parte de su almenado y adarve. Es muy probable que contara con una barrera exterior hoy desaparecida.
La localidad de Muro, a través del Centro de Interpretación de Augustóbriga, organiza durante el mes de agosto Numantóbriga, marcha pedestre de dos días de duración que une las localidades de Muro (antigua Augustobriga) y Garray (yacimiento de Numancia) a través del itinerario de la antigua calzada romana. De carácter no competitivo, la marcha se complementa con representaciones y actividades culturales que recuperan usos, conocimientos y prácticas de las culturas celtíbera y romana.
El Centro de Interpretación de Augustóbriga es una maravilla, sus maquetas , los paneles explicativos y las recreaciones son maravillosas , es extraordinario el trabajo llevado aquí.
Salgo de Muro por la GR del Camino Natural del Agua, situada junto al cementerio.
En el kilómetro 37,3 entrando en Ágreda por el Paseo de la Dehesa. Entrando, paro ante la preciosa Fuente de la Dehesa, llamada “de los Huevos podridos” por el fuerte olor azufrado que desprenden sus aguas. En realidad el olor se debe a la presencia de sulfuro de hidrógeno disuelto en agua, el cual es un gas de olor característico a huevos podridos, perceptible en el aire a muy bajas concentraciones. A pesar del mal olor que presenta, su sabor no es desagradable, aunque puede provocar eructos debido al gas disuelto.
Conocidas sus propiedades medicinales desde antiguo, sus aguas se vienen utilizando tradicionalmente para la corrección de algunos problemas gástricos y curar afecciones cutáneas como eczemas y acné, atribuyéndose a esta agua la propiedad de proporcionar y mantener un cutis envidiable.
En el kilómetro 38, 79 llego a mi coche.
Las fotografías aparecen por orden de ruta.
Serafín Martín.
Fuentes propias y:
http://www.agreda.es
http://www.olvega.es
http://www.andarcaminos.com/rutas-noreste-de-soria/lic-quejigares-y-encinares-de-la-sierra-del-madero/la-via-verde/
http://guiadesoria.es/soria-y-provincia/comarcas-de-soria/645-tierra-de-agreda.html
http://www.elmundo.es/elmundo/2009/03/16/castillayleon/1237203145.html. Los últimos recuerdos de un pasado dinamitero. Artículo de Eva Sánchez | Soria. El 16/03/2009